Puede parecer extraño que a estas alturas del siglo XXI esta reivindicación esté de plena actualidad. O que la lucha por los derechos de las mujeres necesite seguir revitalizándose porque muchos de esos derechos aún no son una realidad. Muchas veces esta lucha puede significar estar en peligro de muerte por quien la encarna. Estar en peligro de muerte por reivindicar unos derechos que también son de las mujeres.
La activista pakistaní Malala Yousafzai, de quince años, premiada con el Premio Nacional por la Paz en 2011 que otorga Pakistán, es una de esas mujeres que defienden la igualdad de las mujeres, en concreto su derecho a recibir educación, ya que el régimen talibán prohíbe la asistencia de las niñas a la escuela.
En el mes de octubre de este año 2012 recibió un impacto de misil en el cráneo por parte de un miliciano cuando volvía a su casa en el autobús escolar. Actualmente sigue su recuperación en un hospital del Reino Unido.
El ataque a Malala ha suscitado todo tipo de repulsas dentro de su país, Pakistán, así como desde el resto del mundo.
Queremos que el primer post del blog sea un homenaje a ella y a todas las mujeres que en todos los rincones del mundo batallan porque se reconozca la igualdad de las mujeres en todos los ámbitos.
Y no queremos dejar de hacer una apreciación: suele existir un discurso erróneo que no hace más que culpabilizar a ciertas culturas y despenalizar a otras, aquellas que se consideran más modernas o avanzadas. La desigualdad de género existe en todas las sociedades al margen de religiones, valores culturales, formas de pensamiento; la desigualdad de género es un mal social que afecta a todas ellas. Por eso no es cuestión de sociedades “buenas” y “menos buenas” (o “malas”), trasciende a ello; la desigualdad de género existe porque la sociedad en su conjunto es androcéntrica. Esta es la única forma de no penalizar culturas y de entender la discriminación por género como lo que es, al margen de realidades circunstanciales generadas por el territorio.