El nombre

 

Os presentamos un microrrelato de la autora Cristina Aparicio que refleja unas de las formas de violencia de género más difíciles de reconocer por las  víctimas: la violencia sexual, que implica cualquier contacto sexual no deseado siendo su manifestación más extrema, la violación.

violencia sexual, violación, maltrato

 

Entonces lo vio.

Vio como esa ya conocida furia aparecía en sus ojos para, en segundos, adueñarse de él sin dejar rastro del hombre que aparentaba ser ante los demás. Sólo ella conocía su verdadera naturaleza, y se echó a temblar.

Ella intentó cubrirse con los brazos aun sabiendo que era inútil. Le agarró de uno de ellos para lanzarla contra la pared. Su espalda impactó contra la dura superficie y el dolor atravesó toda la espina dorsal; pero había pasado demasiadas veces como para saber que  esto sólo era el principio. ¿Qué haría esta vez? ¿Hasta dónde llegaría? No tenía forma de saberlo.

Con un brusco y seco tirón, rasgó el vestido como si fuera de papel. “Eres mía, ¿Cuándo coño te va a entrar en la cabeza?”. Él no paraba de repetir su nombre mientras le gritaba, le agarró del pelo y la arrastró por el suelo del pequeño piso hasta la cama, donde la sujetó por su débil cintura y la lanzó sin miramiento.

Y lo supo.

Supo qué venía a continuación. Quería equivocarse, pero no lo hacía. No se molestó en quitarse su propia ropa, solo se desabrochó el pantalón al tiempo que rompía la ropa interior de ella mientras repetía su nombre una y otra vez recordándole que no tenía opción, que era de su propiedad y que haría con ella lo que él quisiera; donde él quisiera y tantas veces como quisiera. Le hizo sentir tan pequeña, tan insignificante que no hubiera podido moverse aún si él no la hubiese tenido inmovilizada en ese momento.

Sentía como entraba violentamente en ella, el dolor era casi insoportable porque no sabía distinguir dónde acababa el físico y empezaba el emocional. Lo único que podía hacer, era oírle repitiendo su nombre incansable hasta que quedó satisfecho y la tiró de la cama como si de una vieja muñeca se tratase.

Sacó fuerzas de donde no las tenía y siguió con su vida dejándolo a él atrás, sin embargo, tuvo pesadillas durante años. La misma invariablemente cada noche.

Sólo una voz.

Sólo su voz.

Esa voz que repetía incansable su nombre mientras le desgarraba el alma.

Pensó en cambiárselo, pero era demasiado orgullosa para hacerlo. Tras aquello, sus amigos, las personas que la querían, empezaron a nombrarla tan sólo por el diminutivo. Aquello no era tan malo; se acostumbró. Comenzó a presentarse a sí misma de aquella manera, que rápidamente se convirtió en su nombre.

Un nuevo nombre, para una nueva ella.

Con el tiempo las pesadillas se fueron, pero se estremecía cada vez que alguien pronunciaba su nombre completo.

Hay cicatrices que nunca curan…

Cristina Aparicio

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