Esta semana queremos hablar sobre una de las prácticas de violencia y de dominación masculina que son cotidianas, imperceptibles y que se dan en el orden de lo “micro”. Son los que Luis Bonino denomina micromachismos y que define como un amplio abanico de acciones interpersonales que realizan los varones para intentar mantener el dominio sobre la mujer objeto de su maniobra, reafirmar o recuperar dicho dominio ante una mujer que se “rebela” por “su” lugar en el vínculo; resistirse al aumento de poder personal o interpersonal de una mujer con la que se vincula, o aprovecharse de dichos poderes.
Son microabusos y microviolencias que atentan contra la autonomía personal de la mujer.
Destinados a que las mujeres queden forzadas a una mayor disponibilidad hacia el varón, ejercen este efecto a través de la reiteración, que conduce inadvertidamente a la disminución de la autonomía femenina, si la mujer no puede contramaniobrar eficazmente.
Luis Bonino, clasifica los micromachismos en tres categorías:
Micromachismos coercitivos o directos
El varón usa la fuerza moral, psíquica, económica o de la propia personalidad, para intentar doblegar y hacer sentir a la mujer sin la razón de su parte. Ejercen su acción porque provocan un acrecentado sentimiento de derrota posterior al comprobar la pérdida, ineficacia o falta de fuerza y capacidad para defender las propias decisiones o razones. Todo ello suele promover inhibición, desconfianza en sí misma y disminución de la autoestima, lo que genera más desbalance de poder.
Como ejemplos: la intimidación, toma repentina del mando, apelación al argumento “lógico” de su poder, agobio a la víctima, insistencia abusiva, control del dinero, uso expansivo del espacio físico, etc.
Micromachismos encubiertos
El varón oculta (y a veces se oculta) su objetivo de dominio.
Algunas de estas maniobras son tan sutiles que pasan especialmente desapercibidas, razón por la que son más efectivas que las anteriores.
Impiden el pensamiento y la acción eficaz de la mujer, llevándola a hacer lo que no quiere y conduciéndola en la dirección elegida por el varón.
Aprovechan su dependencia afectiva y su pensamiento “confiado”. Provocan en ella sentimientos de desvalimiento, emociones acompañadas de confusión, zozobra, culpa, dudas de sí, impotencia, que favorecen el descenso de la autoestima y la autocredibilidad.
Por no ser evidentes, no se perciben en el momento, pero se sienten sus efectos, por lo que conducen habitualmente a una reacción retardada (y “exagerada”, dicen los varones) por parte de la mujer, como mal humor, frialdad o estallidos de rabia “sin motivo”.
Son muy efectivos para que el varón acreciente su poder de llevar adelante “sus” razones, y son especialmente devastadores con las mujeres muy dependientes de la aprobación masculina.
A diferencia de las maniobras anteriores que se asientan en gran medida en el rechazo, éstas lo hacen más en la desconfirmación.
Como ejemplos, los requerimientos abusivos solapados, maniobras de explotación emocional, culpabilización del placer que la mujer siente, enfurruñamiento, acusación culposa y maniobras de desautorización, entre otras.
Micromachismos de crisis
Suelen utilizarse en momentos de desequilibrio en el estable disbalance de poder en las relaciones, tales como aumento del poder personal de la mujer por cambios en su vida o pérdida del poder del varón por razones físicas o laborales. El varón, al sentirse perjudicado, puede utilizar específicamente estas maniobras o utilizar las definidas anteriormente, aumentando su cantidad o su intensidad con el fin de restablecer el statu quo.
Como ejemplos se pueden encontrar: dar lástima, desconexión y distanciamiento, hacer méritos, etc.
Hacer visibles los micromachismos debe servir para no olvidar que son factores a tener en cuenta en las estrategias de erradicación de la violencia de género. Al ser comportamientos habituales en lo cotidiano, se deben realizar acciones en todos los ámbitos, salud y educación fundamentalmente.
Natalia Massó.
Psicóloga y presidenta de Generando Igualdad