Éste es el primero de una serie de artículos sobre el impacto que tienen los roles de género en nuestra vida cotidiana, los conflictos que nos generan y las alternativas que tenemos para solucionarlos, entre ellas, la conciliación y la corresponsabilidad.
Como señalan diferentes autores/as expertos/as en la materia, entre ellas Espinosa, desde el nacimiento, a lo largo de toda la infancia, y, sobre todo por la influencia que ejercen los adultos más cercanos, los estereotipos de género pueden llegar a utilizarse para establecer distinciones ligadas al sexo biológico en diferentes dimensiones psicológicas.
Así, niños y niñas de 10 a 12 años, piensan que las mujeres son débiles, emotivas, afectuosas… mientras que los hombres son ambiciosos, asertivos, agresivos… Al llegar a la adolescencia más temprana, estos roles se flexibilizan para, muy poco tiempo después, volver a radicalizarse debido a la presión ejercida por el grupo de iguales para que la persona se ajuste al rol asignado.
Así que, desde que nacen, las mujeres se ven expuestas a una serie de aprendizajes, modelos y reacciones que tratan de convencerlas de que la existencia de diferencias biológicas determina diferencias psicológicas; lo que provoca que, en muchas ocasiones, ellas no se reconozcan como protagonistas activas del mundo en el que viven y acaben perpetuando los tradicionales estereotipos de género.
La autora señala además cómo los hombres también sufren presiones para ajustarse al rol de género correspondiente. En la infancia y adolescencia se critican fuertemente las transgresiones de los roles, especialmente las cometidas por un niño (está “mejor visto” que una niña juegue al fútbol a que un niño juegue con muñecas o llore con frecuencia).
Otros autores como Arconada y Royo recuerdan que el modelo hegemónico de la masculinidad y los comportamientos y actitudes que conlleva demuestran que esta forma de ejercer masculinidad se puede convertir en un factor de riesgo para la salud de mujeres y hombres. El hombre no puede mostrar debilidad ni inseguridad, eso es algo asociado a la mujer. La necesidad de afirmarse como hombres a través de un severo autocontrol emocional, de la asunción de riesgos, de la violencia, de una sexualidad compulsiva y dominante, limita las capacidades del hombre y es causa de muchos problemas.
La masculinidad debe estar permanentemente demostrándose, frente a ellas y ante ellos, con toda una gama de sistemas de identificación jerárquicos y dicotómicos. No se es hombre hasta que se demuestra serlo, en un modelo sobreactuado que debe incorporar rudeza física, autoridad, fortaleza, templanza, racionalidad, disciplina, firmeza, independencia, iniciativa, liderazgo, insensibilidad, competitividad, superioridad, heroísmo, rectitud e invulnerabilidad.
El modelo patriarcal en que se basa nuestra sociedad también nos afecta a la hora de diferenciar los espacios propios de cada género, no por su capacidad, ni por sus conocimientos, sino por ser mujeres u hombres.
El espacio público se identifica con el ámbito productivo, con el espacio de la “actividad”, donde tiene lugar la vida laboral, social, política, económica. Es el lugar de participación en la sociedad y del reconocimiento. En este espacio se han colocado los hombres tradicionalmente.
En el lado opuesto, se encuentra el espacio doméstico, como el espacio de la “inactividad”, donde tiene lugar el cuidado del hogar, la crianza, los afectos y el cuidado de las personas dependientes. En este espacio, donde se ha colocado tradicionalmente a las mujeres, se desarrollan tanto el trabajo reproductivo como el trabajo doméstico.
Por trabajo reproductivo entendemos la actividad no remunerada que implica la reproducción de la vida, el cuidado de las personas dependientes del entorno familiar y el mantenimiento y la transmisión del código de valores. Y por trabajo doméstico nos referimos a la actividad no mercantilizada que abarca todas las tareas y funciones relacionadas con el mantenimiento del hogar. A pesar de la importancia del trabajo reproductivo así como del trabajo doméstico, son considerados trabajos invisibles ya que las personas que los realizan, normalmente mujeres, no reciben ninguna prestación económica, y, las consecuencias son la falta de reconocimiento y valoración social de ese trabajo (para que nos hagamos una idea, el trabajo reproductivo y doméstico no están recogidos en las estadísticas referentes al Producto Interior Bruto).
Es importante que conozcamos las implicaciones que conllevan la existencia de estos roles diferenciados para aumentar nuestra conciencia de género, es decir, el reconocimiento de la desigualdad entre hombres y mujeres. Esta desigualdad se traduce en limitaciones para ambos géneros. Las mujeres sufrimos distintas formas de discriminación y violencia. Los hombres se pierden aspectos fundamentales de su vida afectiva y emocional. En definitiva, hombres y mujeres salimos perdiendo.
Solamente cuando superemos estos modelos tradicionales de masculinidad y feminidad podremos construirnos como personas libres y autónomas.
Bárbara Zorrilla Pantoja
Psicóloga Col. M-24695
Experta en intervención con mujeres víctimas de violencia de género.