La familia es considerada como la primera institución socializadora (es decir, donde vamos a interiorizar las normas que rigen el comportamiento en nuestro grupo social, en este caso, las de la sociedad a la que pertenecemos, normas que creamos entre tod@s, y que podemos transformar entre tod@s). No es el único agente socializador, pero sí el más importante ya que es el primero, y el referente con mayor potencialidad afectiva en la vida, dentro de ella se realizan los aprendizajes básicos que serán necesarios para el desenvolvimiento autónomo dentro de la sociedad.
La familia como primer ámbito educativo necesita reflexionar sobre sus pautas educativas y tomar conciencia de su papel en la educación de sus hijos e hijas, tratando de corregir la tradicional transmisión de roles diferenciados en función del sexo, librándonos de los principios androcéntricos y patriarcales que venimos arrastrando en nuestra sociedad. (Si nos dejamos llevar por la costumbre y lo establecido sólo conseguiremos perpetuar las desigualdades existentes). La coeducación se entiende como aquella educación que toma como punto de partida la consideración de necesidades, expectativas e intereses de hombres y mujeres y que hace realidad, en la práctica, la igualdad de derechos y oportunidades para ambos sexos
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Coeducar significa educar en común (entre tod@s) y en igualdad (para tod@s), al margen del sexo de las personas, además de detectar todos los estereotipos asociados a lo masculino y lo femenino, ser conscientes de ellos, reflexionarlos y poner en marcha las medidas necesarias para eliminarlos de nuestro lenguaje y comportamiento, potenciando aquellos aspectos que quedan anulados por el hecho de asumir roles de género como la afectividad en los varones y el desarrollo profesional en las mujeres.
Para trabajar la coeducación hay que diseñar actividades motivadoras, que capten el interés y la implicación de nuestr@s hijos, sin olvidar el carácter lúdico (no olvidéis que el juego es la mejor herramienta de aprendizaje), y sobre todo que permitan la extensión a otros contextos de la vida cotidiana para poder generalizar los resultados obtenidos. Y, por supuesto tratar de generar un ambiente que favorezca entre otras cosas:
Cuidado a otras personas, tenerlas en cuenta
Relaciones con otras personas, en casa, en la escuela, en el barrio…
Respeto a las opiniones de los demás
Empatía, enseñar a ponerse en el lugar de la otra persona (¿cómo creéis que se siente Pepito si no le dejáis jugar con vosotras?)
Recursos simbólicos que representen a tod@s
Potenciar la expresión emocional adecuada (siempre se ha limitado la expresión emocional a los niños)
No discriminar en el uso de espacios (suele alentarse a los niños a juegos más activos que se realizan en las zonas centrales de los espacios mientras que las niñas ocupan las laterales)
Analizar los cuentos y libros de texto para que no produzcan roles estereotipados (la princesa pasiva, limpiando su casita, esperando que le rescate el valiente príncipe)
Utilizar juguetes no sexistas (la cocinita y el balón para tod@s)
La tarea educadora de los hij@s es un derecho y deber primario que tienen madres y padres. El resto de las instituciones que aparecen a lo largo de la escolaridad tratan de educarl@s por delegación de la familia, y, uno de los objetivos del nuevo sistema educativo consiste en promover la igualdad ente ambos sexos mediante la transmisión de valores, conocimientos y actitudes a todos los sujetos, es decir, ha de potenciar las habilidades necesarias para que cada individuo, independientemente de su sexo, las integre en su personalidad. En realidad, la escuela ha de continuar la labor educativa iniciada por la familia, y no sería fructífera si no se estableciesen relaciones fluidas entre ambas. Debemos empezar partiendo de la revisión de las pautas sexistas en todos los contextos en los que nos desarrollamos, pero en estos dos principalmente, ya que en las instituciones vinculadas a la tarea de la educación se construyen y transmiten los estereotipos (Algunos de estereotipos serían “los niños no lloran” o “las chicas son más sumisas y afectivas”)
La adquisición de éstos valores y hábitos por tanto, es una tarea de competencia mixta entre padres, madres y educadores que requiere una fuerte colaboración para llevar a cabo acciones conjuntas y coordinadas. Se han de fomentar las relaciones mediante diferentes vías de participación que comiencen en la educación infantil y continúen en la educación primaria.
De manera resumida y siguiendo a Palacios y Paniagua, hay una serie de razones por la que es importante dicha colaboración:
Especificidad de los aprendizajes antes de los seis años: el aprendizaje de l@s más pequeñ@s está completamente vinculado con las experiencias y vivencias de la vida cotidiana. Por este motivo, todo lo que hacen fuera del contexto escolar tiene tanta importancia educativa como lo que hacen en su interior. (Por ejemplo, si están aprendiendo a leer, en casa podemos ponerles carteles a las cosas que más usan con el nombre de cada una).
Necesidad de complementar la acción educativa sobre el niño y la niña: la intervención educativa en ambos contextos debe tener un carácter de complementariedad y, también de continuidad. Para ello, lógicamente es imprescindible establecer unas buenas relaciones de colaboración y un necesario intercambio de información. (Por ejemplo, si no se insulta, no se insulta en ningún lado).
La colaboración de los padres y madres garantiza una acción educativa más eficaz. (Tenemos más probabilidades de tener éxito).
Sin embargo la realidad es que existe una baja participación familia-escuela. Estos autores ofrecen la siguiente interpretación del problema: “implicar a los padres supone la puesta en marcha de una serie de medidas frecuentemente trabajosas y de rendimiento no inmediato. En cierto sentido, tanto padres y madres como educadores/as y maestros/as se benefician de la existencia de dos mundos separados: los unos porque trabajan sin la interferencia de los padres y madres, seguros en sus espacios y sus funciones, y los otros porque desempeñan sus tareas sin la sensación de que nadie está inmiscuyéndose en sus cosas”.
Afortunadamente, en la mayoría de los centros escolares se está potenciando esta colaboración con la familia, cuya participación se puede dar tanto en el aula (mediante la realización de talleres, el periodo de adaptación), como en el centro (consejo escolar, asociaciones, escuelas de familia como la nuestra) e incluso desde sus casas (apoyando proyectos específicos, trabajando con sus hij@s los hábitos que se trabajen en la escuela, apoyando con los deberes).
Bárbara Zorrilla Pantoja
Psicóloga Col. M-24695
Experta en intervención con mujeres y menores víctimas de violencia de género