En el post de esta semana queremos haceros reflexionar sobre la importancia que tiene el lenguaje en nuestro modo de ver y situarnos en el mundo.
Lo primero que debe quedar claro es que el lenguaje no es algo innato, natural ni biológico, es un hecho cultural, y social y que, por tanto, sirve para consolidar creencias y comportamientos dañinos si se usa de esa manera. Una definición muy generalizada y extendida es la que encontramos en el DRAE: “Medio de comunicación que permite expresar ideas y sentimientos”. El instrumento está ahí, depende de quién lo use y cómo lo use, el resultado será una maravilla o un desastre.
En los primeros años de vida, la niña y el niño van adquiriendo el lenguaje y en ese proceso, incorporan todos los elementos del mundo exterior así como su mundo interior. Esa construcción vendrá determinada por los modelos lingüísticos de su entorno familiar, social, escolar. A través del lenguaje se construyen nuestras verdades, nuestros temores…
Haciendo referencia a una definición de la UNESCO: “El lenguaje no es una creación arbitraria de la mente humana, sino un producto social e histórico que influye en nuestra percepción de la realidad. Al transmitir socialmente al ser humano las experiencias acumuladas de generaciones anteriores, el lenguaje condiciona nuestro pensamiento y determina nuestra visión del mundo”.
Por lo tanto, el lenguaje es un producto social cargado de estereotipos, prejuicios y buenos sentimientos. Refleja la sociedad de la que viene y a la que sirve y lo más importante, como cualquier experiencia humana, admite cambios. Si el lenguaje es un producto social, quien tenga el poder, impondrá su lenguaje. No es una nimiedad que en nuestras lenguas románicas el género masculino se presente como el universal, además de para el propio masculino mientras que el femenino queda relegado exclusivamente a la terminología referida a la mujer.
Como decía Ravazzola, cualquier ser humano concreto y con historia que quiera expresar sus ideas y sentimientos deberá hacerlo mirándose en el sujeto universal hombre. El hombre construye un lenguaje en el que él es el protagonista y si alguna mujer quiere entrar en ese mundo lo tendrá que hacer siguiendo el patrón masculino.
La comunidad parlante ha creado por ejemplo cualidades para los hombres, que no existen para las mujeres como caballeroso o caballerosidad, por poner uno de tantos ejemplos. Por tanto la mujer tiene que interiorizar que la gentileza, cortesía y otras cualidades son algo propio de los hombres y si desea nombrarse en esos términos tendrá que percibirse como un varón.
El genérico masculino primero invisibiliza a las mujeres. Por ejemplo, en una frase tan común como: “los universitarios son inteligentes” queda claro que los hombres universitarios son inteligentes, pero no se sabe nada de si hay mujeres universitarias o de si éstas poseen esta cualidad. En segundo lugar, las excluye, no se habla de ellas, y de lo que no se habla, no existe.
Según Carlos Lomas, es como si el masculino quisiera decir también femenino. Y como no es así, a fuerza de hacerlo lo que se logra es hacer como si el femenino no existiese.
El lenguaje impuesto por el androcentrismo es la primera violencia con la que se encuentran las mujeres ya que tienen que construir su personalidad a través de un “como si fuera”.
Tenemos que empezar a reapropiarnos del lenguaje con libertad y sabiendo que éste tiene la suficiente capacidad para representar el mundo en las dos formas de lo humano: el masculino y el femenino.
Beatriz Galindo Navarro
Psicóloga de Generando Igualdad M-29173